Esto viene a ser una reflexión acerca del maquillaje literario o filosófico, depende de cómo se mire. Literario porque las cosas no las maquillamos con pinturitas sino con palabras y filosófico porque se nos plantea una gran duda: decir la verdad o maquillarla, he ahí la cuestión.
Conozco un experto que te ayuda a hacerlo en pocos días. Es un profesional, un tigre de la mentira, un caballero de la verdad. Se recrea con esmero en lo que le interesa; huye de lo que teme. Le llaman "el tragaperras". No me preguntéis por qué, porque lo desconozco, pero juraría que no le llaman así porque se gane mucho en su juego, más bien se muere de pobreza, de desilusión.
Un día me estaba planteando yo qué hacer con mi existencia y no se me ocurrió otra cosa que llamar a su puerta, sin saber (o al menos no hasta el punto en que ahora lo conozco) lo que tras ella me esperaba. Sin miedo y con decisión accedí al interior, creyéndome fuerte y equilibrada. Ese es el punto de inflexión: el principio y fin de mi reflexión. Ese es el punto donde todo empieza y termina; donde no hay vuelta atrás; donde perece lo que se tenía y aparece lo que después dejaremos de tener (si es que lo tuvimos un día).
¡Cuán inocente es aquél que quiere aprender a maquillar y, llamando a la puerta del maquillador se cree verse en un espejo! ¡Cuán débil aquél que cree que puede seguir el juego! Y se da cuenta que éste no tiene nada que enseñarle, o sí, pero: ¿no sería tonto acaso el maquillador de mostrar sus secretos? ¿no le quitaría eso prestigio? ¿no se acabaría su papel en la función? Porque su base es engañar, mentir y disimular lo cierto para confundir al resto a su merced. ¿Y el resto qué hace? Caer en sus redes.
Pero todos tenemos nuestras debilidades y nuestras fortalezas. Y cuando uno descubre lo infeliz que es aquél que engaña, el que permanece en el mundo como si no perteneciera a él (como si nada le pudiera herir) se da cuenta de que no merece la pena ser enseñado en esas técnicas sino en aquellas que les ayuden a evitarlas.
Un día me estaba planteando yo qué hacer con mi existencia y no se me ocurrió otra cosa que llamar a su puerta, sin saber (o al menos no hasta el punto en que ahora lo conozco) lo que tras ella me esperaba. Sin miedo y con decisión accedí al interior, creyéndome fuerte y equilibrada. Ese es el punto de inflexión: el principio y fin de mi reflexión. Ese es el punto donde todo empieza y termina; donde no hay vuelta atrás; donde perece lo que se tenía y aparece lo que después dejaremos de tener (si es que lo tuvimos un día).
¡Cuán inocente es aquél que quiere aprender a maquillar y, llamando a la puerta del maquillador se cree verse en un espejo! ¡Cuán débil aquél que cree que puede seguir el juego! Y se da cuenta que éste no tiene nada que enseñarle, o sí, pero: ¿no sería tonto acaso el maquillador de mostrar sus secretos? ¿no le quitaría eso prestigio? ¿no se acabaría su papel en la función? Porque su base es engañar, mentir y disimular lo cierto para confundir al resto a su merced. ¿Y el resto qué hace? Caer en sus redes.
Pero todos tenemos nuestras debilidades y nuestras fortalezas. Y cuando uno descubre lo infeliz que es aquél que engaña, el que permanece en el mundo como si no perteneciera a él (como si nada le pudiera herir) se da cuenta de que no merece la pena ser enseñado en esas técnicas sino en aquellas que les ayuden a evitarlas.