Luchaba por romper con lo establecido, por pensar fervientemente "esta vez no" y dejar de creerse al momento: mientes muy mal, Sally. La miraba a los ojos y los veía tan vacíos de las cosas de las cuales deberían estar llenos y tan a rebosar de fatalidad, odio y contradicción; sus ojos luchaban por salir de ella, pues tal era el infierno en su interior que huir era la única forma de sobrevivir sin secuelas.
- Sally, ¿estás bien?
- No, no estoy bien. ¿Acaso no lo ves? ¿Acaso no me has visto dejar de sonreír?
- No tienes remedio, Sally; lo siento, te has vuelto una desquiciada. Siempre lo has sido, y has intentado esconderlo esperando que nadie se diera cuenta. ¿Todo lo anterior? Es un ciclo, un círculo que te empeñas en vivir una y otra vez. Tus historias, tus ralladas... no es la primera vez, y lo sabes. Y cada vez piensas que es distinto y te das cuenta que no paras de dar vueltas, perdida en medio de las tinieblas, esperando que algún día caigas desmayada al suelo del mareo o mueras. No valoras nada, cariño, eres humo... humo negro.
- Tienes razón. ¿Pero quién me va a quitar este nudo del estómago? ¿Quién va a entender lo que pasa dentro de mí? No, Harry, esto no puede sacarlo nadie excepto yo. Porque si tú intentas solucionarlo te vas a manchar de la retroalimentación: te vas a marear... tu cabeza no está acostumbrada.
- ¿Qué debo hacer entonces? ¿Marcharme?
- No, sólo permanece callado a mi lado hasta que yo acabe de llorar y te pida que hables.
Y allí me quedé, a su lado. Pero nunca me lo pidió. Al cabo de los años, me dijo:
- Harry, ¿me quieres?
- Te quiero, Sally.
- Sí, ahora lo sé.
Y entonces entendí que lo que le habían herido siempre eran mis palabras, aquellas que yo había pretendido escoger como algodones, como flores, como caricias y a ella se le habían clavado como puñales, creando unas heridas imposibles de cerrar.