Soñé. Soñé que se hacía de noche y todo quedaba bañado por una tenue luz. Las estrellas se veían pequeñas y brillantes; parecía que bailaran al son de un conocido vals a mi alrededor. En esa profunda noche soñé que tenía una amiga, una amiga que no se atrevía a mostrarse y que permanecía oculta tras un manto negro.
Conseguí sacarla de allí. Me costó mucho, su miedo a la exposición la ponía nerviosa. Conseguí que diera el primer paso, conseguí que bailase con las estrellas, que brillase [con luz propia]. La cogí del brazo, la arrastré, la empujé al cielo negro y le dije: "es tu momento, nena".
Costó, lo reconozco. Fue difícil verla desenvuelta; fue difícil que se redescubriera, que olvidase lo que la rodeaba y disfrutara como pez en el agua. Fue difícil verla vivir su vida sin miedo a fracasar, al ridículo, a ser como era. Pero cuando se miro dentro y vio lo que había, sólo tuvo que aceptarlo para saber que era el momento de sentirse fuerte cada día y luchar por ser uno mismo.
Estoy muy orgullosa de ella. Ojalá yo pudiera hacer lo mismo. Pero no estoy segura de ser tan fuerte.
Y después de los años no dejó de sorprenderme. La descubrí mintiéndome. Me dijo que no podía contarme el motivo, que era de esos secretos que uno lleva guardado dentro de un baúl con llave y que la llave se ha perdido. Y me dijo que no me preocupase, que ella estaría conmigo siempre aunque no nos viéramos. Me mintió. Ya no la veo por las noches, ya no me hace compañía, sólo estoy yo. Y ahora, con el recuerdo de ella luchando, no sé realmente si soñé que yo era yo, y ella era ella, y en realidad no dejábamos de ser lo mismo.
Para Bea, que escribe de noche, como las lunas. De Isa, que ahora escribe de día porque no para de soñar. Dos lunas que se encuentran pero que en realidad son la misma.