A veces te quedas esperando que algo venga a tu mente: una sola idea, no necesitas nada más. Y de repente, entre la avalancha de pensamientos hay uno que deslumbra: cambiar el mundo.
Cuando tenemos deseos de cambiar el mundo, en realidad no tenemos otro objetivo que encontrarnos a nosotros mismos y ser mejores. Y, de entre un millón de posibilidades, un día te levantas y dices: "Yo no puedo ser mejor sin él".
Eso pensó Helena. Ariel le hacía ser mejor persona.
Le gustaba su forma de tratarla, las cosas que le susurraba al oído, su forma de abrazarla y de quererla. Le gustaba la sonrisa de medio lado que a veces ponía intentando disimular y mostrar su alegría de una sola vez. Le gustaba sentir que sus pies no tocaban suelo y no necesitaba hacerlo.
Pero eso hace tiempo que pasó y ahora hemos venido a contaros qué pasa después de eso. Después de esa explosión enorme de sentimientos confusos y estremecedores, el mundo (MON) explota en mil pedazos y se esparce por el interior de los cuerpos haciendo que aquellos que pueden embriagarse de él se llenen de felicidad. Después de eso todo es claro, las cosas son más pequeñas, más determinadas, más comprensibles. Es entonces cuando la gente suele someterse a la rutina, enclavados en un ciclo equívoco y eterno (o no). Pero Ariel y Helena se han dado cuenta de cuán importante es fijarse en los detalles cuando las cosas son tan pequeñas como he descrito.
Y ahora a Helena le gusta todo lo que le gustaba y le gusta también la forma en que Ariel es libre, le gusta la forma en que él va a conseguir todo lo que se proponga. Y adora el hecho de que ella pueda contribuir cada vez más a ello.
Porque así son las historias: una solución para cada adversidad.
· Encantada de escribir aquí de nuevo ·