domingo, 3 de mayo de 2020

Cuento de Navidad

He puesto ese título a esta entrada porque estamos a principios de mayo y me estoy leyendo la obra de Dickens. A veces me gusta hacer las cosas a destiempo, me gusta ir a contracorriente o sentirme especial cuando de sobras sé que no lo soy.
Ahora mismo se viene una buena... empieza la gente a poder salir a la calle y me acabo de dar cuenta que ya hace buen tiempo. Y eso no es bueno porque, a riesgo de parecer una rancia, adoro el invierno y consecuentemente la Navidad. Y no soy particularmente creyente, aunque cristiana por educación y sociedad. Me gusta el invierno (y estoy harta de repetirlo) porque la gente está menos activa, tiene un ritmo más pausado y todo, como consecuencia, se mueve más lento mientras yo puedo ir a la misma velocidad. Y eso me da paz. Quizá yo también me ralentice un poco de forma imperceptible, pero sigo yendo más rápido que el resto. Y eso me da control, quizá falso, pero control.
Estas últimas semanas sentía algo similar. El virus y yo habíamos hecho un pacto en el que ambos salíamos ganando. Pero los dos sabíamos que era algo temporal, y toca volver a la nueva normalidad. Me río de ambas palabras: nueva y normalidad. Como si fuéramos a experimentar lo último en normalidades, el 6G de las normalidades. Teniendo en cuenta que es normal aquello que el resto imponga que es normal, me río de todo el concepto en sí.
Me siento ajena, desconectada de todo lo que me rodea e incapaz de conectar. Insatisfecha quizá por mis opciones, y quizá un pelín vacía. Y quiero esta normalidad, no la nueva, porque “joder, que ya me he acostumbrado a ella”. Pues ahora a cambiar otra vez, te buscas la vida.
Y nada, números arriba y números abajo. Y que los números bailan todos los bailes regionales que existan. Que no me los creo porque no me creo ni a mí misma. Y hoy me pondría Nacho Vegas y no sé si me echaría a llorar de la risa o reiría de tristeza, porque todo es un poco de chiste, o de ciencia ficción, de esa que pega bien en vena pero luego te deja echo una mierda al día siguiente.
Mañana otra semana, la 8. Así como el infinito pero con la cabeza bien alta. Pues nada, seguiremos haciendo lo que mejor se nos da, que es pensar.