martes, 24 de julio de 2007

· Lunas de cuadro ·



Dicen que una de las cosas más bonitas que existen son los colores que emergen de las auroras. Una combinación de sensaciones increíbles en forma de cielos rosados, verdosos, liláceos. Un cúmulo de impresiones a las que los seres humanos no estamos acostumbrados y nos hacen parecer especiales cuando somos capaces de apreciarlas, cuando nos dan la oportunidad de hacerlo o la encontramos nosotros mismos. Helena y Ariel eran capaces de sentirse así sin necesidad de haber visto (hasta el momento) los paisajes antes mencionados.

Aquella noche tres, de entre todas las noches tres existentes, la luna parecía de cuadro: oculta entre las ramas siempre inquietas y que les miraba en aquél callejón oscuro de árboles rojos. Se habían parado hacía relativamente poco, pues el tiempo se frenaba y corría en función de las sensaciones que desprendían, frente a una cruz color verde que indicaba la hora en que caminaban por aquella avenida. Habían recordado la noche del secreto, la noche tres, la primera de las noches tres. Aproximadamente era la misma hora, no el mismo lugar, sí las mismas sensaciones intensas... quizás un poco distintas. En aquél callejón la luna de cuadro les miraba expectante, esperando desencadenar pasiones ocultas, deseos incumplidos que más tarde les harían verse envueltos en globos verdes, en experiencias multicolores.



Aquél día habían cantado juntos, Ariel susurraba al oído de Helena, tan cerca como aquellos que en los conciertos desafinan a tu lado y te estropean las canciones y deseas igualmente que se queden ahí, pues le dan a tu percepción una nueva forma. La respiración de Ariel a dos centímetros de su cuello, aireaba sus poros, presionaba sus ilusiones hacia dentro y las inflaba con su oxígeno respirado, provocando un cosquilleo apenas perceptible que conseguía refrescar su nuca.


Dicen que una o dos copas pueden ayudar a disipar la ansiedad causada por la respuesta sexual, es decir, deshinibición, aunque si se consume más puede provocar un bloqueo, un adormecimiento. La luna debió haber bebido demasiado aquella noche porque se tapó con sus sábanas negras, aparentemente suaves como las nubes, y se ocultó en su lecho, dispuesta a dormir mientras ellos caminaban por el callejón. No siempre las cosas nos afectan como esperamos, pero si llegamos a conocer de qué manera nuestro cuerpo reacciona a los estímulos que les aplicamos podemos llegar a conseguir lo que queremos. «Luna, para la próxima apúntatelo y no te quedarás dormida».



Digamos que las lunas de cuadro, las lunas llenas, las lunas vacías, las lunas inexistentes y las lunas de sandía les han perseguido todos los días, iluminando sus vidas. Lo que a veces se les olvida es que la luz de luna es y existe como un reflejo del Sol, que nunca, nunca, nunca les deja solos. Porque...
«...there is a light that never goes out»

lunes, 16 de julio de 2007

· 3 ·


A Helena siempre le había gustado el número 3, desde hacía muchos años se había convertido en un número importante para ella. No sabía por qué, pero un día decidió que sería su número predilecto al escuchar, en una ocasión en clase, que "daba mala suerte" estar relacionado con él. Este comentario se lo dijeron a una de las personas que Helena conoció mejor durante los años que estudió primaria (aunque ya la conocía desde preescolar). Se trataba de Laura Cayuela que, al tener un apellido cuya inicial era una de las primeras letras del abecedario, tuvo la "suerte" de ser (casi) siempre el número tres la lista de clase. Y fue un día concreto, cuya fecha asignada Helena no recuerda, que le hicieron este comentario sobre la mala suerte y pensó que no quería ser supersticiosa en su vida, es más, le gustaría todo aquello que a la gente le producía cierto respeto. Y le empezó a gustar el 3.


Años más tarde, ella nunca llegó a entender quién ni por qué se hizo aquél comentario porque el único rasgo encontrado de que existan malos augurios sobre el número 3 es que es uno de los dígitos del número 13 (el cual bien se sabe que sí tiene connotaciones negativas sobre todo en martes) y que en Vietnam se cree que las fotografías en las que aparecen tres personas dan mala suerte. Sin embargo, en la cultura medieval cristiana se considera un número perfecto porque simboliza el movimiento continuo y la perfección de lo acabado, así como ser símbolo de la Trinidad, particularmente cuando uno de los vértices indica hacia arriba como dirección espiritual. Es, por tanto, considerado por los creyentes como un número celestial.






Así que cuando Ariel y Helena se conocieron, el número tres supuso un elemento importante en esa relación que estaban estableciendo. Aparecían treses por todos lados: los metros, los números que veían en sus acciones cotidianas, cosas que se repetían tres veces, imágenes o detalles de películas en los que quizás no habían reparado y que contenían números tres, capicuas o primos, los TRES tipos de números que apasionaban a Helena. Ya no eran dos besos, sino tres: él último en la frente. Y las horas seguían repitiéndose conteniendo el número 3. Aún todavía los persiguen.
Así que cuando Helena se ha dispuesto a hacer esta actualización, ha pensado en buscar imágenes que tuvieran algo relacionado con el tres. Y buscando, buscando ha encontrado una pintura de Gisela Ueberall llamada Three Wise Man I, del cual hay una segunda obra llamada Three Wise Man II.

Curiosamente, los personajes de la obra no tienen ojos ni nariz ni boca.

«¿Te recuerda a algo, Ariel?» - diría Helena.

El caso es que en aquella ocasión, en aquél bar donde sonaba música conocida, donde Ariel pidió "lo mismo" que Helena y donde esta última ha ido exactamente tres veces, los personajes de los cuadros que había en aquella pared eran así, sin rostro.

Aquella tarde-noche, al volver a casa, Helena no se fijó en cuál era el número de metro que cogieron, ni siquiera si había luna de cuadro aquél día. Pero ella está segura que si la había, aquella canción, del mismo grupo que sonaba en aquél bar, se podía haber escuchado desde cualquier punto de la ciudad. Y desde más allá, porque ella pudo escucharla... y ni siquiera sabía dónde se encontraba su alma.

Aquella tarde-noche, las luces de aquella calle por la que tantas veces había pasado, se iluminaban y les decían en voz bajita: «Nos encendemos por vosotros».




miércoles, 11 de julio de 2007

La espiral del silencio


Noëlle Neumann ya habló de la espiral del silencio al afirmar que un individuo es más reacio a no dar su opinión en público si siente que forma parte de la minoría por miedo al aislamiento y las consecuencias represivas.


Este no era el caso de Ariel y Helena, puesto que ellos no sentían la necesidad de callarse por esos motivos, algo bien distinto les obligaba a hacerlo: miedo a lo inevitable, miedo al pozo en el que podían caer, miedo a cómo el mundo iba a transformar sus vidas. El caso es que consiguieron mantenerse en la espiral del silencio durante mucho tiempo, simplemente esperando respuestas de la nada, como suelen esperar los botes perdidos en la inmensidad de la mar, incomunicados y bajo una tormenta arrasadora. Las espirales, como obsesiones que surgen en las cabezas más soñadoras, se tornaban inevitables y se hacían cada vez más y más intensas, hasta llegar a creer que se había llegado al mismo centro. Pero las espirales tienen esa sensación de inmensidad, de infinitud y ellos sabían que su camino no había acabado.


Ariel y Helena podrían haber continuado en ese torbellino infinitamente si los efectos de la luna y la fuerza de los secretos nunca jamás contados que apretaban el aliento no les hubiesen influenciado aquella noche, la tercera noche, el 3.

sábado, 7 de julio de 2007

It was inevitable


Números. A veces nos obsesionamos con buscar las respuestas en los números cuando las letras no son suficiente, cuando no encontramos la solución a nuestras preguntas. Creemos que a través de las señales que nos pueden dar descubriremos la respuesta al enigma de nuestras dudas.

Y en las horas infinitamente repetidas, con respuestas en forma de números, descubrieron que éstas no se encuentran en aquellos que conocen todos los caminos sino en aquellos que deciden vivir.

«What happened happened and couldn't have happened any other way»

Noche de Walpurgis

La noche de Walpurgis (o Walpurgisnacht) es una festividad de origen alemán y pagana celebrada el 30 de abril en grandes regiones de Europa Central y el Norte. Además de ser asociada a la celebración del cumpleaños de Satanás (pues se celebra la fundación de la Iglesia de Satanás en San Francisco, California por Anton Szandor Lavey y esperan que en este día se les revele el esplendor del mismo) se entiende como tradición la transmisión del invierno a la primavera. Walpurgis... la llaman "la noche de las noches".

Dicen que en sus orígenes es costumbre que se junten las brujas en las inmediaciones de la sierra Harz (en el Blocksberg, su cima más alta). También se presupone que puede venir de la época de los vikingos que adoraban en estas fechas de cambio estacional a los dioses de la fertilidad.

En el Walpurgisnachtstraum, la primera parte de Fausto de Johann Wolfgang von Goethe, Mefistófeles obliga a Fausto a presenciar la noche de Walpurgis en el monte Brocken.

Fausto. Un libro que unió a Ariel y Helena. Un libro leído en horas de viaje, con música que hacía recordar las noches a las que quizás podríamos denominar "de Walpurgis", pues cada noche era "la noche de las noches".