miércoles, 11 de julio de 2007

La espiral del silencio


Noëlle Neumann ya habló de la espiral del silencio al afirmar que un individuo es más reacio a no dar su opinión en público si siente que forma parte de la minoría por miedo al aislamiento y las consecuencias represivas.


Este no era el caso de Ariel y Helena, puesto que ellos no sentían la necesidad de callarse por esos motivos, algo bien distinto les obligaba a hacerlo: miedo a lo inevitable, miedo al pozo en el que podían caer, miedo a cómo el mundo iba a transformar sus vidas. El caso es que consiguieron mantenerse en la espiral del silencio durante mucho tiempo, simplemente esperando respuestas de la nada, como suelen esperar los botes perdidos en la inmensidad de la mar, incomunicados y bajo una tormenta arrasadora. Las espirales, como obsesiones que surgen en las cabezas más soñadoras, se tornaban inevitables y se hacían cada vez más y más intensas, hasta llegar a creer que se había llegado al mismo centro. Pero las espirales tienen esa sensación de inmensidad, de infinitud y ellos sabían que su camino no había acabado.


Ariel y Helena podrían haber continuado en ese torbellino infinitamente si los efectos de la luna y la fuerza de los secretos nunca jamás contados que apretaban el aliento no les hubiesen influenciado aquella noche, la tercera noche, el 3.

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